Por Ariel Kocik. Hay silencios de la historia
argentina inabarcables, como el que cubre el uso de la ley 4144 contra obreros
inmigrantes, en tiempos de ministros sindicales, o el final incierto de las
conquistas de gremios claves en el mito original del peronismo. Los obreros que
rescataron a Perón el 17 de octubre merecerían, en homenaje a su hazaña, que se
contara su historia real posterior a esa fecha feliz. Las
paradojas desbordan los relatos aceptados. El célebre Ernesto
Sammartino (UCR) fue demonizado por su frase sobre el “aluvión
zoológico” para los diputados que “maullaban por una dieta”, pero el resto de
su obra y de su oratoria no trascendió. Como legislador, Sammartino apoyó
luchas obreras como el fin de la ley de residencia y la sanción del Estatuto
para los obreros de la carne (a diferencia de los diputados obreros), presentó
un proyecto para nacionalizar los frigoríficos ingleses y enfrentó con el
cuerpo la represión policial en Berisso, junto a Ricardo Balbín y Arturo
Frondizi, en 1946.
Sammartino expresó: “Voy a decir la verdad a los trabajadores de este pueblo de la provincia, que está soportando la injusticia social de este gobierno”. Llamó “gestapo extranjerizante” a la policía y levantó el revólver frente a un agente: “soy diputado de la Nación y si me toca, lo bajo de un tiro”, le dijo. Ante los "crumiros" que trataban de parar el acto, afirmó que no lo iban a callar “los gritos de esa turba de esclavos” que avergonzaba a “una tierra de rebeldía y libertad”. El agente chapa 1643 le apuntó de atrás y alguien lo salvó. “Acá está el radicalismo, barricada de libertad”, gritó Sammartino en Berisso. La policía rompió la tribuna y sableó al público, sin molestar al grupo provocador de la “lista 4 de junio”, oficialista, confeccionado en la gobernación provincial. Cipriano Reyes los denunció como “tres vigilantes, cuatro krumiros y otros tantos rompehuelgas perfectamente conocidos en el pueblo de Berisso”. Ese grupo patronal estuvo en un ataque armado contra el sindicato autónomo, junto a la policía encabezada por el agente Raúl Mujica, con pistolas entregadas por el jefe de policía de la provincia, coronel Adolfo Marsillac. Arturo Frondizi le preguntó al diputado Alcides Montiel, del gremio cervecero, si estaba de acuerdo con esos actos.
Sammartino expresó: “Voy a decir la verdad a los trabajadores de este pueblo de la provincia, que está soportando la injusticia social de este gobierno”. Llamó “gestapo extranjerizante” a la policía y levantó el revólver frente a un agente: “soy diputado de la Nación y si me toca, lo bajo de un tiro”, le dijo. Ante los "crumiros" que trataban de parar el acto, afirmó que no lo iban a callar “los gritos de esa turba de esclavos” que avergonzaba a “una tierra de rebeldía y libertad”. El agente chapa 1643 le apuntó de atrás y alguien lo salvó. “Acá está el radicalismo, barricada de libertad”, gritó Sammartino en Berisso. La policía rompió la tribuna y sableó al público, sin molestar al grupo provocador de la “lista 4 de junio”, oficialista, confeccionado en la gobernación provincial. Cipriano Reyes los denunció como “tres vigilantes, cuatro krumiros y otros tantos rompehuelgas perfectamente conocidos en el pueblo de Berisso”. Ese grupo patronal estuvo en un ataque armado contra el sindicato autónomo, junto a la policía encabezada por el agente Raúl Mujica, con pistolas entregadas por el jefe de policía de la provincia, coronel Adolfo Marsillac. Arturo Frondizi le preguntó al diputado Alcides Montiel, del gremio cervecero, si estaba de acuerdo con esos actos.
Así empezó la represión con sables. “Los grupos que vivaban al
presidente de la república, siempre a prudente distancia de los que componían
el público, continuaban con sus denuestos para los legisladores, pero las
cargas policiales iban todas destinadas a los que rodeaban a los dirigentes
nombrados. No obstante la inseguridad del resguardo policial, se advirtió que
el doctor Balbín regresaba, seguido por numerosos adherentes que se recobraron
del ataque, y volvieron a ocupar sus puestos manifestando sus deseos de
defender el acto”, retrató el diario El Día. El orador acusó por el
hambre y la angustia obrera a los diputados de la mayoría, que se negaban a
tratar el conflicto de la carne y a derogar una ley dictada “para reprimir a
los trabajadores” como la famosa ley de residencia. Balbín lamentó que la
represión impidiera escuchar a un hombre que era "la revelación del
Congreso", el doctor Arturo Frondizi.
Balbín y Sammartino hablaron sin micrófono, ante 1500 obreros (luego
dispersados), según El Día. El dueño del equipo de sonido a
contratar fue amenazado con la destrucción de sus parlantes y el retiro de una
concesión municipal. Desalojado el acto por la policía, la pequeña lista “4 de
junio” ocupó el lugar, elogiando la política de Perón. Los asistentes al acto
de Balbín eran obreros de la carne que hicieron el 17 de octubre de 1945, ahora
en lucha por su Estatuto gremial, que nunca sería sancionado. Así lo recordó el
sindicalista Galileo Mattoni para Mirta Lobato: "Yo
no sé, algo había, que se oponía Perón, a la sanción del Estatuto de la
Carne... Se le echaba mucho la culpa a los legisladores pero estarían, como te
puedo decir, maniatados, ellos sabrían muy bien por qué no lo hicieron, no lo
llevaron a la sanción que hubiera sido la salvación del gremio de la
carne."
Cuando Balbín habló para ellos, el gremio de Berisso venía de ser
reprimido en la Plaza Congreso de Buenos Aires, donde se congregara con sus
colegas de Avellaneda, Rosario y Zárate, para reclamar a los legisladores, a un
año del 17 de octubre. (“Fueron arrojadas botellas con inflamables para evitar
la acción de las fuerzas policiales”, señaló El Día. El diputado
oficialista Oscar Albrieu estimó una presencia de
35 mil obreros). Luego del acto radical en Berisso, un mitin del laborista
Cipriano Reyes en la misma esquina, Montevideo y Londres, para tratar el mismo
asunto, arrojó un feroz tiroteo de 500 disparos, iniciado por el cabo de
bomberos Miguel Simón, al grito de “Viva Perón y
el Partido Único”. Hubo varios heridos aunque no caídos al parecer. Dos días
más tarde, la primera dama Eva Duarte visitó el
lugar (Escuela 52 de Berisso) para repartir víveres y pedir a los obreros que
volvieran al trabajo, en nombre de Perón y de Mercante. Fue silbada por los
huelguistas y se retiró molesta, según la memoria local, como la de Juan
Clidas, obrero de cuchillo, murguero que tocó el bombo por primera vez en
un acto de Perón en 1944. Clidas
sufrió una "leñada" policial cuando llevó el bombo de Berisso a Retiro en 1948.
Los leales
No obstante, pocos progresistas dudarían en alimentar la creencia de que el gremio de la carne tuvo un idilio con Perón, sin asomar conflictos, y que Sammartino fue un claro enemigo de esa clase obrera. En rigor los obreros de Berisso aún estaban en lucha por lo mismo que los lanzó a la calle en octubre de 1945, es decir las conquistas (como garantía horaria) y los salarios retenidos, desde aquél reclamo de los estibadores de Armour y Swift por la jornada de seis horas. Pasó el 17 de octubre y los activistas seguían cesantes, como los convenios incumplidos. Los famosos aumentos de sueldo quedaron en el anuncio de fin de año, aunque los historiadores imaginan otra cosa. Tampoco regía la resolución 90 del gobierno de facto. Ya en marzo, mediante una huelga masiva, los obreros le habían arrancado al capitán Héctor Ruso (secretario de Trabajo) y al general Edelmiro Farrell (presidente de facto) un decreto que conminaba a las empresas a cumplir, pero se giró el conflicto desde la Secretaría de Trabajo hacia el Poder Ejecutivo.
No obstante, pocos progresistas dudarían en alimentar la creencia de que el gremio de la carne tuvo un idilio con Perón, sin asomar conflictos, y que Sammartino fue un claro enemigo de esa clase obrera. En rigor los obreros de Berisso aún estaban en lucha por lo mismo que los lanzó a la calle en octubre de 1945, es decir las conquistas (como garantía horaria) y los salarios retenidos, desde aquél reclamo de los estibadores de Armour y Swift por la jornada de seis horas. Pasó el 17 de octubre y los activistas seguían cesantes, como los convenios incumplidos. Los famosos aumentos de sueldo quedaron en el anuncio de fin de año, aunque los historiadores imaginan otra cosa. Tampoco regía la resolución 90 del gobierno de facto. Ya en marzo, mediante una huelga masiva, los obreros le habían arrancado al capitán Héctor Ruso (secretario de Trabajo) y al general Edelmiro Farrell (presidente de facto) un decreto que conminaba a las empresas a cumplir, pero se giró el conflicto desde la Secretaría de Trabajo hacia el Poder Ejecutivo.
En tanto, Perón asumía la presidencia de la Nación. El capitán Ruso culpó a los
frigoríficos y le dio plena razón al reclamo obrero. Ruso debió renunciar. Los
meses pasaron y las empresas no cumplieron un solo punto, cambiando una y otra
vez el árbitro y los vericuetos legales. “A los trabajadores no se les puede
maniobrar de esta manera”, explicó Cipriano Reyes en octubre de 1946, cuando su
gremio volvió a salir a la calle, cansado de dilaciones. Perón acusó a los
obreros de Berisso de politizar el conflicto, dado que en su mayoría eran
laboristas, fuerza que resistía la orden de fundirse en un partido único. Lo
cierto es que el movimiento de la carne contaba con un apoyo inédito de 150 mil
obreros, en Rosario, Gualeguaychú, Zárate, Avellaneda y Berisso, que procesaban
la carne que alimentaba al pueblo británico, y daban sustento a medio millón de
argentinos.
Aún sonaban las denuncias del senador
Lisandro de la Torre, batido en soledad contra los monopolios. La federación de
la carne fundada por Reyes, por primera vez en la historia, agrupó a todo el
gremio en el orden nacional, creando un poder que amenazaba la tradicional
autoridad de la industria madre del país. Hasta los
comunistas, resignados, se plegaron a esa fuerza. He aquí otro motivo por el
cual Reyes no podía ceder ante Perón. Estaba en juego su lealtad gremial.
Expresó en el Congreso: “Dejé las calderas para ocupar esta banca, pero está
con ellos mi espíritu”. Dos de sus colegas de Berisso,Jacinto
Biscochea y Juan Carlos López Ossornio, fueron
secuestrados en noviembre, motivando recursos de hábeas corpus presentados por
sus esposas, Elba y María. López Ossornio había hablado junto a Perón en el
famoso acto de 1944, en las puertas del frigorífico ante una grandiosa
multitud. Ahora lucía distante de una exagerada amistad con el gobierno.
Biscochea se había reunido días atrás con Perón en la Casa Rosada, junto
a Hipólito Pintos, donde ambos obreros mantuvieron la posición dura
de su gremio. Biscochea dio detalles en la posterior asamblea masiva realizada
en Berisso: se habían negado tratar con los “asaltantes” de la lista “4 de
junio”, invitados a la Casa Rosada (Perón dijo que quería “conversar con todos
por igual”). También contó que José Palmentieri, del Swift Rosario, le recordó
a Perón quiénes eran los verdaderos dirigentes de Berisso. Hipólito Pintos dijo
que había visto caer compañeros para llevar a Perón adonde estaba y también
fue detenido en esos días. Serían infinitas las paradojas y alcances de esta
historia. Algunos meses antes de estos hechos, Jacinto Biscochea había cuidado
la seguridad del entonces candidato a gobernador, Domingo Alfredo Mercante,
durante la campaña en tren por la provincia, para las elecciones nacionales del
24 de febrero de 1946. Lo hizo junto a los obreros de la carne Ricardo
Giovanelli, Pierín Buyán y Héctor Reyes.
Berisso le había cuidado la espalda al candidato. Ahora, la policía
había cerrado el sindicato autónomo, que emitió un comunicado clandestino:
"Como es de público conocimiento, aún no se ha arribado a un acuerdo
definitivo en el conflicto, a pesar de categóricas y públicas declaraciones que
se vienen haciendo que tuvieran en principio un reparto de ropas en esta
localidad, donde hizo uso de la palabra el Secretario de Trabajo y Previsión
señor José María Freire y la señora Eva Duarte de Perón, quienes en forma equivocada estuvieron concordes en manifestar por medio de un equipo transmisor de la emisora L. S. 11, Radio oficial de la Provincia, que el conflicto que sostenían los trabajadores de los frigoríficos, estaba totalmente solucionado, invitándolos a la vez, a dar la vuelta al trabajo al día siguiente... Desde que el general Perón está arbitrando el conflicto, la policía de la provincia viene cometiendo toda clase de desmanes contra nuestros derechos y libertades sindicales.
Cipriano Reyes explicaría: “Elementos de reconocida filiación patronal
nos asaltaron el sindicato a balazo limpio apoyados por la policía que
respondía a las órdenes del gobierno de Mercante. Verdades que yo puedo
manifestar públicamente porque estoy seguro de que no hallaré un solo obrero de
la carne de Berisso que pueda desdecirme en lo que afirmo, porque cada uno de
ellos ha sufrido conmigo”.Además de la policía, el regimiento 7 de
infantería de La Plata se acantonó con ametralladoras y bayonetas caladas en
las calles y en los frigoríficos de Berisso, a fin de terminar con la huelga,
que desobedecía órdenes del gobierno. “Entendemos que los diputados presentes
-muchos compañeros nuestros representantes de los trabajadores- aunque se hayan
retirado del recinto, no podrán desoír en su conciencia el clamor de los
trabajadores de la carne”, había dicho Cipriano Reyes en octubre, cuando el
pleito llegó a la Cámara. Ese día el doctor Ricardo Balbín saludó la “brillante
oportunidad para encarar sin riesgo para el país la nacionalización de los
frigoríficos”, en un contexto de posguerra, con “la finalidad altruista de
resolver un problema que preocupa hondamente a la población”. Vivía en La Plata
y advertía “casi físicamente el problema”. El diputado Reyes le dijo:
“Recibirán la gratitud de los trabajadores de la carne”.
El proyecto no se aprobaría, si bien “estaba en juego el pan de 120 mil
trabajadores”, según el diputado Valerio Rouggier, ex obrero
del frigorífico Smithfield, quien aseguraba que “el movimiento obrero de la
carne marca rumbos al movimiento sindical argentino. Es un movimiento
democrático de hombres libres”. A final de mes, cuando los obreros colmaron la
Plaza Congreso como se mencionó, el radical Arturo Frondizi exigió “la
expropiación de todos los frigoríficos extranjeros, entregando su explotación a
productores y obreros, sin capitales monopolistas”. El bloque del partido único
no apoyó la medida.Luis Jorge, delegado de Berisso y testigo
de la sesión, recuerda que hubo órdenes claras de no tratar el asunto.
En cambio, a pedido de Raúl Bustos Fierro, la mayoría trató y aprobó el “monumento al descamisado”. Afuera, miles de obreros lucharon con la policía al intentar invadir el Congreso para linchar a los responsables. Los carteles resumían el punto de vista obrero:“Señores diputados, en vuestras manos está la felicidad de 120 mil trabajadores de la carne”. Fue el doctor Ernesto Sammartino quien anunció por altoparlante, desde una ventana del Congreso, que los peronistas se negaron a apoyar el reclamo, y recibió el aplauso de los obreros de la carne, según el diario El Día. El grito de la calle reflejado por la prensa gráfica fue “Traidores, a la horca”. Los combates se prolongaron durante la noche. Hubo muchos obreros y policías lastimados. Se cumplía un año del 17 de octubre. La prensa relegaría cada vez más el tema. Pero habría señales.
En cambio, a pedido de Raúl Bustos Fierro, la mayoría trató y aprobó el “monumento al descamisado”. Afuera, miles de obreros lucharon con la policía al intentar invadir el Congreso para linchar a los responsables. Los carteles resumían el punto de vista obrero:“Señores diputados, en vuestras manos está la felicidad de 120 mil trabajadores de la carne”. Fue el doctor Ernesto Sammartino quien anunció por altoparlante, desde una ventana del Congreso, que los peronistas se negaron a apoyar el reclamo, y recibió el aplauso de los obreros de la carne, según el diario El Día. El grito de la calle reflejado por la prensa gráfica fue “Traidores, a la horca”. Los combates se prolongaron durante la noche. Hubo muchos obreros y policías lastimados. Se cumplía un año del 17 de octubre. La prensa relegaría cada vez más el tema. Pero habría señales.
Intervención
En setiembre de 1950, el embajador norteamericano Stanton Griffis, al concluir su tiempo en la Argentina, destacó: “Puede ser muy útil pasar revista a los sólidos progresos hechos en el campo de la cooperación económica entre la Argentina y Estados Unidos durante mi estada en Buenos Aires. El más importante ha sido la conclusión, durante el año anterior, de un convenio a favor de los frigoríficos norteamericanos que resuelve un problema financiero planteado hace más de cuatro años. El acuerdo garantiza a los frigoríficos que operan en la Argentina la obtención de justos beneficios.” Al respecto, Rodolfo Pandolfi estudiaría la mitológica pelea con Spruille Braden, que fue más electoral que sostenida. La Argentina se alineó con los Estados Unidos en casi todos los debates, precisada de recomponer relaciones luego de la guerra mundial (por ejemplo, castigó a los exiliados guatemaltecos en 1954). En cuanto al acuerdo con los frigoríficos, Cipriano Reyes lo contó de este modo: “La ‘resolución Mercante de 1949´ fue el más bochornoso atentado a las conquistas que debieron soportar los trabajadores de la carne… Por ella se dejaron sin efecto las más importantes conquistas”. Se refería a la garantía horaria y la ley de insalubridad, perdidas luego de haber “luchado con la honradez más cristalina contra todas las fuerzas que se oponían a nuestro reclamo de justicia; varias huelgas encarnizadas y hasta violentas sostuvimos en defensa de nuestros derechos y de nuestra dignidad humana.”
Esas sagradas conquistas protegían a los obreros de verdaderas “epidemias” como las brucelosis, contraídas en secciones como las cámaras frías. El gobierno reiteró incumplimientos inexplicables frente a logros legítimos del gremio, supuestamente para empujarlo otra vez a la huelga y separar a sus principales dirigentes, según el testimonio de Diego Martínez, empleado del frigorífico Wilson y tesorero de la federación, radiado en 1950 cuando la entidad fue tomada por la CGT (asaltada, en sus palabras). Berisso también fue intervenido, acusado por indisciplina y por “falta de solvencia moral e intelectual”, como reflejó Mirta Lobato en La vida en las fábricas. Se perdía así la autonomía que había sido la esencia del sindicato. No era un mero detalle, porque las huelgas eran declaradas ilegales por el decreto de Seguridad del Estado de 1945, aceptado por la CGT. En 1953 el diputado Santiago Nudelman (UCR) denunció los subsidios concedidos a los frigoríficos extranjeros, en perjuicio de las plantas criollas, como el frigorífico Yuquerí de Concordia, que debió despedir a 1.500 trabajadores. Ya en 1955 Nudelman afirmó que la nueva burocracia sindical de la federación de la carne “se jactaba de haber contribuido a llevar en los frigoríficos la jornada a nueve horas y a suprimir parte del descanso del sábado, aumentando a su vez el ritmo de trabajo.”
En setiembre de 1950, el embajador norteamericano Stanton Griffis, al concluir su tiempo en la Argentina, destacó: “Puede ser muy útil pasar revista a los sólidos progresos hechos en el campo de la cooperación económica entre la Argentina y Estados Unidos durante mi estada en Buenos Aires. El más importante ha sido la conclusión, durante el año anterior, de un convenio a favor de los frigoríficos norteamericanos que resuelve un problema financiero planteado hace más de cuatro años. El acuerdo garantiza a los frigoríficos que operan en la Argentina la obtención de justos beneficios.” Al respecto, Rodolfo Pandolfi estudiaría la mitológica pelea con Spruille Braden, que fue más electoral que sostenida. La Argentina se alineó con los Estados Unidos en casi todos los debates, precisada de recomponer relaciones luego de la guerra mundial (por ejemplo, castigó a los exiliados guatemaltecos en 1954). En cuanto al acuerdo con los frigoríficos, Cipriano Reyes lo contó de este modo: “La ‘resolución Mercante de 1949´ fue el más bochornoso atentado a las conquistas que debieron soportar los trabajadores de la carne… Por ella se dejaron sin efecto las más importantes conquistas”. Se refería a la garantía horaria y la ley de insalubridad, perdidas luego de haber “luchado con la honradez más cristalina contra todas las fuerzas que se oponían a nuestro reclamo de justicia; varias huelgas encarnizadas y hasta violentas sostuvimos en defensa de nuestros derechos y de nuestra dignidad humana.”
Esas sagradas conquistas protegían a los obreros de verdaderas “epidemias” como las brucelosis, contraídas en secciones como las cámaras frías. El gobierno reiteró incumplimientos inexplicables frente a logros legítimos del gremio, supuestamente para empujarlo otra vez a la huelga y separar a sus principales dirigentes, según el testimonio de Diego Martínez, empleado del frigorífico Wilson y tesorero de la federación, radiado en 1950 cuando la entidad fue tomada por la CGT (asaltada, en sus palabras). Berisso también fue intervenido, acusado por indisciplina y por “falta de solvencia moral e intelectual”, como reflejó Mirta Lobato en La vida en las fábricas. Se perdía así la autonomía que había sido la esencia del sindicato. No era un mero detalle, porque las huelgas eran declaradas ilegales por el decreto de Seguridad del Estado de 1945, aceptado por la CGT. En 1953 el diputado Santiago Nudelman (UCR) denunció los subsidios concedidos a los frigoríficos extranjeros, en perjuicio de las plantas criollas, como el frigorífico Yuquerí de Concordia, que debió despedir a 1.500 trabajadores. Ya en 1955 Nudelman afirmó que la nueva burocracia sindical de la federación de la carne “se jactaba de haber contribuido a llevar en los frigoríficos la jornada a nueve horas y a suprimir parte del descanso del sábado, aumentando a su vez el ritmo de trabajo.”
Hubo resistencias. El diario La Vanguardia señaló algunas
víctimas: “Entre otros trabajadores, recordamos que Manuel Mustafá fue
asesinado por la espalda en Berisso. Juan Ucera, baleado en el sindicato Anglo,
Boris Dorfman, secuestrado, Mancel Ramilo, ex secretario del sindicato Anglo,
fue sometido a bárbaras torturas cuyas huellas puede aún ofrecer; Norberto
Sánchez fue baleado y herido de gravedad; Francisco Friguenzi, torturado en la
Sección Especial, etc., etc. No se nos oculta que entre los perseguidos hubo
comunistas o peronistas de la primera hora, lo cual no hace menos condenable
los bárbaros procedimientos.” Y citaba el enriquecimiento de los dirigentes.
Tenía su historia el Negro Mustafá. En setiembre de 1945, había luchado en el
famoso tiroteo con los comunistas y auxiliado al herido fatal José
Carlos Reyes. Esa vez Perón visitó a los heridos y a los detenidos por su
acción en el combate (había ido a La Plata, al funeral deDoralio Reyes),
entre ellos Manuel Mustafá y Dardo Cufré (luego preso hasta 1955).
De ahí que Cipriano Reyes, marcando los roles de cada quién en el movimiento, expresara: “Antes de que se hiciera la revolución del 4 de junio de 1943, teníamos montada la huelga general de la carne en Berisso, y yo me encontraba detenido en Villa Devoto. Después del año 43, habiéndose realizado otro movimiento en contra de los pulpos de la carne, fui nuevamente a parar a Villa Devoto. Y así en varias oportunidades… Los trabajadores argentinos saben perfectamente que, cuando algunos estaban escondidos, yo dejaba en la calle a dos hermanos, baleados por la espalda… que la sangre de mis hermanos regó las calles para defender al coronel Perón… y no la van a borrar los tránsfugas del servilismo… Nadie me decía traidor cuando poníamos el pecho, mientras íbamos formando el movimiento dentro de la clase trabajadora para decir a los argentinos, para decir a Sudamérica, para decir al mundo entero que nos estaban mintiendo, que Perón no era nazifascista, ni era totalitario”. Entre las luchadoras obreras de Berisso, relegadas de la memoria, se destaca María Roldán, delegada del frigorífico Swift y activista del 17 de octubre.
De ahí que Cipriano Reyes, marcando los roles de cada quién en el movimiento, expresara: “Antes de que se hiciera la revolución del 4 de junio de 1943, teníamos montada la huelga general de la carne en Berisso, y yo me encontraba detenido en Villa Devoto. Después del año 43, habiéndose realizado otro movimiento en contra de los pulpos de la carne, fui nuevamente a parar a Villa Devoto. Y así en varias oportunidades… Los trabajadores argentinos saben perfectamente que, cuando algunos estaban escondidos, yo dejaba en la calle a dos hermanos, baleados por la espalda… que la sangre de mis hermanos regó las calles para defender al coronel Perón… y no la van a borrar los tránsfugas del servilismo… Nadie me decía traidor cuando poníamos el pecho, mientras íbamos formando el movimiento dentro de la clase trabajadora para decir a los argentinos, para decir a Sudamérica, para decir al mundo entero que nos estaban mintiendo, que Perón no era nazifascista, ni era totalitario”. Entre las luchadoras obreras de Berisso, relegadas de la memoria, se destaca María Roldán, delegada del frigorífico Swift y activista del 17 de octubre.
Reyes denunció a la burocracia que lo
reemplazó en el gremio: “De estas verdades voy a extraer algunas nada más que
han hecho época en la historia del gremio con la complicidad absoluta y
descarada de sus ‘dirigentes’. ¿No es verdad acaso que varias veces los
compañeros de las secciones Guano, Grasería y Huesería del Armour, reclamaron
que dichas secciones se declararan insalubres, porque así realmente son,
realizando paros de protesta porque no eran escuchados ni por las empresas ni
por el Ministerio de Trabajo ni por sus propios dirigentes que desautorizaban
esos paros dejando a los compañeros sometidos a la voluntad patronal? ¿No es
verdad, acaso, que los propios miembros de la Comisión los obligaron a seguir
trabajando como lo disponía la empresa, amenazándolos con hacerlos despedir del
trabajo y dejando que la policía persiguiera y encarcelara a muchos compañeros,
por tal motivo algunos de los cuales fueron sacados de sus propios domicilios
y… aparecieron unos por las distintas comisarías en que estaban secuestrados,
sucios y hambrientos y otros abandonados en los caminos en iguales condiciones
físicas? ¿Hay algún obrero de Berisso que pueda desmentir esta verdad?”,
escribió en 1955 para El Laborista.
El historiador Torcuato Di Tella coincide en que hubo varios secuestros en
Berisso en 1949, con desapariciones de hasta dos meses, “solucionadas” por
intervención de un diputado y de un juez. El gremio había parado, además, en
solidaridad con los cañeros del norte, cuando ocurrió el crimen del obrero Carlos
Aguirre el mismo año. Reyes también denunciaría el sobreprecio del
hotel marplatense adquirido por la federación intervenida mientras él estaba
preso, negociado que habría llegado a altas instancias públicas por boca de un
diputado. Se trataba del lujoso Hotel Tourbillón, que costó más de 13 millones
de pesos. Según La Vanguardia, estaba “dotado de ‘boite’, finos
cortinados y alfombras y garages para 30 automóviles. ¿Sería para alojar a
modestos y sacrificados trabajadores que todo el año deben manipular grasas,
conservas y tripas?” Según una cláusula secreta firmada con la patronal, “se ha
estado descontando a los trabajadores de 60 a 70 pesos mensuales por una obra
social que nunca se realizó… ¿por qué la cláusula tenía que ser secreta?”. El
vocero socialista acusó a dos dirigentes de Avellaneda por los ilícitos.
Derechos humanos
En otro orden de ironías, Ernesto Sammartino, radical antipersonalista (un sector heredero de Alvear), ícono antipopular clásico de la narrativa progresista, se adelantó varias décadas con respecto a muchos teóricos, en un tema como defender los derechos humanos de los detenidos políticos, lucha inusual en su tiempo. En julio de 1946, Sammartino exigió la liberación de los militantes políticos y gremiales castigados por el régimen de facto de junio de 1943 e incluso antes: “Numerosos choques y tiroteos produjeron víctimas, arrestos, procesos y cesantías. La represión policial, las medidas de orden judicial y administrativo dieron lugar a sentencias criminales, a destituciones, a la cancelación de cartas de ciudadanía, en perjuicio de muchos ciudadanos… Debemos dar un ejemplo de generosidad".
Continuaba: "El pueblo argentino espera ansiosamente que se devuelvan las cartas de ciudadanía a las personas que sufrieron su encarcelación en virtud de odios ideológicos; espera y ansía que salgan de las cárceles los ciudadanos afectados por condenas largas y penosas, espera que se reintegren a sus cargos, los que no vacilaron en arriesgarlos y perderlos, por su gran amor a la patria.” Citaba entre otros: “Julio Pirik y Baltasar Domínguez, condenados en primera instancia por supuesta coparticipación en la muerte del empleado de policía Giacomino, atribuida a venganzas por torturas a presos políticos. El editor Antonio Zamora, los escritores José Portogalo y Elías Castenuolvo, el eminente filólogo Ángel Rosemblat, el dirigente político Victorio Codovilla, el periodista y economista Paulino González Alberdi, el profesor y publicista José Gabriel…” Los datos fueron aportados por la Liga por los Derechos del Hombre, vinculada al comunismo.
En otro orden de ironías, Ernesto Sammartino, radical antipersonalista (un sector heredero de Alvear), ícono antipopular clásico de la narrativa progresista, se adelantó varias décadas con respecto a muchos teóricos, en un tema como defender los derechos humanos de los detenidos políticos, lucha inusual en su tiempo. En julio de 1946, Sammartino exigió la liberación de los militantes políticos y gremiales castigados por el régimen de facto de junio de 1943 e incluso antes: “Numerosos choques y tiroteos produjeron víctimas, arrestos, procesos y cesantías. La represión policial, las medidas de orden judicial y administrativo dieron lugar a sentencias criminales, a destituciones, a la cancelación de cartas de ciudadanía, en perjuicio de muchos ciudadanos… Debemos dar un ejemplo de generosidad".
Continuaba: "El pueblo argentino espera ansiosamente que se devuelvan las cartas de ciudadanía a las personas que sufrieron su encarcelación en virtud de odios ideológicos; espera y ansía que salgan de las cárceles los ciudadanos afectados por condenas largas y penosas, espera que se reintegren a sus cargos, los que no vacilaron en arriesgarlos y perderlos, por su gran amor a la patria.” Citaba entre otros: “Julio Pirik y Baltasar Domínguez, condenados en primera instancia por supuesta coparticipación en la muerte del empleado de policía Giacomino, atribuida a venganzas por torturas a presos políticos. El editor Antonio Zamora, los escritores José Portogalo y Elías Castenuolvo, el eminente filólogo Ángel Rosemblat, el dirigente político Victorio Codovilla, el periodista y economista Paulino González Alberdi, el profesor y publicista José Gabriel…” Los datos fueron aportados por la Liga por los Derechos del Hombre, vinculada al comunismo.
Su colega Silvano Santander denunció
continuamente las torturas aplicadas en la Sección Especial, organismo que
“concretó toda su furia contra las organizaciones libres del proletariado
argentino”. Apenas asumió Perón, afirmó Santander: “Se ha podido consumar el
asalto de esta Gestapo –realmente Gestapo- contra los hombres y las mujeres, y
contra las publicaciones, los locales de los gremios, los centros estudiantiles
y las organizaciones artísticas e intelectuales que forman la vanguardia de las
fuerzas progresistas de nuestro país… Desde las raíces más profundas del pueblo
argentino se eleva un clamor reclamando la extirpación de todas las reliquias
del pasado inmediato; la Sección Especial es una de ellas, quizá la más nefasta
y la más aborrecida.” No se investigó. Sammartino también luchó por derogar la
ley de residencia, convalidada vigente por el bloque de la mayoría, aunque el
propio conservador Reynaldo Pastor se pronunciara
por su final. Pese a las leyendas, el principal garante de la ley de
residencia fue el diputado John William Cooke, quien señaló q
ue sería
útil contra los extranjeros indeseables de la posguerrra. Ese concepto vago
permitió torturar y deportar al comunista paraguayo Obdulio Barthe en
1950, no obstante que el criminal de guerra Ante Pavelic, líder del
nazismo croata, ingresó protegido al puerto de Buenos Aires, en un buque del
empresario Alberto Dodero.
Gracias a esa ley 4144, en esos años, se deportó a extranjeros como el griego Kiriako Kisikis, quien quedó en el campo de concentración de Makronisos. También se expulsó al chileno Eduardo Seijo, dirigente laborista y secretario del sindicato maderero, entre otros obreros inmigrantes, nacidos en Paraguay, Perú, Portugal, etc. Se encarceló para deportar al ebanista bielorruso Antonio Dramachonek, dirigente del sindicato de la madera y de la Unión Eslava argentina. En 1949, el diputado Ricardo Balbín expresó: “La medida de expulsión, tomada por los hombres del Poder Ejecutivo, contra los miembros de la Comisión Ejecutiva de la Unión Eslava conmueve a todo un vasto sector de la población argentina, descendiente de los diversos grupos étnicos eslavos.” Ese año Balbín fue encarcelado. Mientras tanto, la ley de residencia dictada en 1902 era incorporada a la Constitución de 1949, artículo 31. La paradoja final de esta historia es que esa ley liberticida, combatida por el movimiento obrero durante décadas, fue defendida por el izquierdista John William Cooke y aceptada por la CGT, en tanto radicales más medidos en su discurso, como el católico Oscar López Serrot, o como Carlos Perette, la combatieron constantemente, además de defender a sus víctimas con hábeas corpus y denuncias parlamentarias.

Gracias a esa ley 4144, en esos años, se deportó a extranjeros como el griego Kiriako Kisikis, quien quedó en el campo de concentración de Makronisos. También se expulsó al chileno Eduardo Seijo, dirigente laborista y secretario del sindicato maderero, entre otros obreros inmigrantes, nacidos en Paraguay, Perú, Portugal, etc. Se encarceló para deportar al ebanista bielorruso Antonio Dramachonek, dirigente del sindicato de la madera y de la Unión Eslava argentina. En 1949, el diputado Ricardo Balbín expresó: “La medida de expulsión, tomada por los hombres del Poder Ejecutivo, contra los miembros de la Comisión Ejecutiva de la Unión Eslava conmueve a todo un vasto sector de la población argentina, descendiente de los diversos grupos étnicos eslavos.” Ese año Balbín fue encarcelado. Mientras tanto, la ley de residencia dictada en 1902 era incorporada a la Constitución de 1949, artículo 31. La paradoja final de esta historia es que esa ley liberticida, combatida por el movimiento obrero durante décadas, fue defendida por el izquierdista John William Cooke y aceptada por la CGT, en tanto radicales más medidos en su discurso, como el católico Oscar López Serrot, o como Carlos Perette, la combatieron constantemente, además de defender a sus víctimas con hábeas corpus y denuncias parlamentarias.
Investigación
registrada con derechos de autor.
|